Retomo los comentarios y
paralelos citados a propósito de una nueva estela epigráfica de Pueyo, Navarra
(Canto-Iniesta-Ayerra, e.p.), en cuanto a las numerosas estelas y aras vasconas que
representan cabeza, cuerpo o cuernos de toro, en clara relación con la divinidad lunar
propia del norte hispano. Éstas se nos ofrecen en el ámbito doméstico, en el religioso y en el funerario , a cuyos grupos deben pertenecer también fragmentos
indeterminados del Museo de Navarra, incluido uno de la vecina Artajona, siendo la misma diversidad de ambientes prueba de la
influencia cotidiana de este dios en el pueblo vascón. Me gustaría ahora apuntar algo
más en relación con este culto al llamado noble bruto en la Navarra Media, que excede el
actual territorio foral tanto por el O, muy ligeramente (hasta la línea de La Guardia de
Álava) como hacia el E, penetrando bastante en la actual provincia de Zaragoza, hasta al
menos Farasdués.
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Fig. 1.-Distribución en
el ager Vasconum de las estelas y aras con motivos tauro-lunares (mapa de A. Canto y S.
Luzón). |
El mapa (fig. 1) de su distribución en el
territorio vascón ofrece, por un lado, 20 estelas y altares (varios de éstos sobre aras
rituales, anepigráficas) en los que se presentan o bien la cabeza sola del toro o bien su
cuerpo completo. Y, por otro, otras 20 estelas funerarias (fig. 2) en las que el cuerno
lunar me parece representar a un idéntico dios, depositario del mismo sentimiento
religioso que las anteriores. He añadido en el mapa las cinco inscripciones votivas al
Júpiter romano Creo que el conjunto de todos estos hallazgos define perfectamente lo que
más propiamente puede considerarse el ager Vasconum, siendo el punto más
septentrional, significativamente, la propia Pompaelo. Sobre las relaciones de la
misina simbología lunar con otras muestras de áreas celtibéricas como Burgos y Soria, o
incluso galaicas, como Vigo, ya se ha comentado algo en el citado trabajo, aunque debe
indicarse que estas similitudes no alcanzan a lo que parece muy y más propio |
Fig.
2.-Estela funeraria de Porcius
Felix de Carcastillo (NA.) (Foto
cortesía del Museo de Navarra). |
vascón, las llamadas «arastaurobólicas» (fig. 3) de las que la más expresiva es sin duda la de Sos
(Z.), hoy en el Museo de Navarra (fig. 4).
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Mención
aparte merece ahora la causa por la que he incluido en el mapa el original grupo de cinco
estelas de Aguilar de Codés, con varias figuras humanas, vestidas habitualmente con saga,
dentro de nichos, estudiadas hace años, entre otros, por A. Marcos Pous (1972: 317-328:
Castillo et al., 1981, s.v., cf. ahora un recuento ilustrado en
García-Blázquez, 1994: 318-320 con fig. 2), que se agrupan con algunas otras navarras
(Gastiáin) y del otro lado de la frontera alavesa: Las dos de Contrasta y otra, quizá la
mejor del lote, de Santa Cruz de Campezo.
Sobre este singular grupo (fig. 5), de dos o
tres figuras humanas de pie que en cinco ocasiones se toman de la mano, se han dado
algunas interpretaciones, desde
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Fig. 4.-Ara taurobólica
de Sos del Rey Católico (Zaragoza). (Foto cortesía del Museo de Navarra).
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que pueden ser
retratos, familiares (Marcos Pous - García Serrano, 1972: 324:
García-Blázquez, ibid.) o idealizados (Elorza, 1970: passim) de los
fallecidos, a que se trata de tríadas/trinidades celtas, o de la multiplicación de la
figura del difunto para heroizarlo (Marco Simón, 1978: 44-45). En cinco ejemplares
aparecen junto a ellas, o sujetos por ellas, algunos objetos, como lo que se viene
interpretando como una carda de lana (Marcos Pous-García Serrano, ibid.) o un
peine, símbolo de «atildamiento, de duelo o de dignidad y victoria en la
muerte» (Marco Simón, 1978: 59). En dos estelas alguna de las figuras sostiene un
«cetro rematado en bola» (Marcos Pous-García Serrano) o «falces»
(Marco Simón).
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Por el
contrario, pienso que unas figuras que se cogen de la mano no pueden hacer otra cosa sino
bailar. Los objetos entonces, especialmente las «cardas o peines» (Aguilar,
Santa Cruz, Marañón) deben de ser más bien instrumentos musicales, tales como caramillos o flautas rústicas (syringes, fistulae). Los alargados,
«con bolas», quizá sean entonces liras o guitarras muy simples, las pandurae
(como en Aguilar) y los «triángulos y cuadrados», como los del fragmento de Zabal
(Castillo et al., 1981: nº 82), esquilas o campanas. Las «falces»
de la estela de Santa Cruz podrían ser simples trigona, es decir, triángulos de
cuerda. Las «lanzas» serán meros palos, como los que siguen usándose en
algunas danzas vascas. Como
puede verse, todo ello bastante rústico y muy ligado, como cabe esperar, al mundo
silvo-pastoril y ganadero.
Pero creo que es la
estela de Santa Cruz de Campezo ya mencionada (fig. 5 nº 6) la que puede proporcionar el
mejor indicio para esta interpretación que sugiero; ya que, presidiendo la escena de
preparación o término de la danza, vemos un gran creciente lunar entre las dos
consabidas hexapétalas. Habrá que recordar entonces el celebérrimo paso estraboniano
sobre los pueblos del norte hispano (III, 4, 16): «Todos los celtiberos Y los
otros pueblos del Norte, excepto los galaicos, tienen cierta divinidad desconocida a la
que, en las noches de luna llena, las familias rinden culto, danzando durante toda la
noche ante las puertas». La mención de «las familias» ya de por sí
da idea de que varias personas o grupos participan en estos bailes (con dimensión ritual
no colectiva en Sayas, 1994a: 234); que éstos serían o cogidos de la mano (Aguilar de Codés, cuatro ejemplos) o, al modo eslavo, por los hombros, como vemos en la de Urbiola
(Marco Simón, 1978: nº N 38 y fig. 30, aquí fig. 5 nº 8). No se concibe, por otra
parte, un baile sin instrumentos o música, por primitiva y sencilla que ésta sea. e
incluso acompañado de cantos: Qué tentación entonces recordar los choros Rixamarum
de Marcial, celtíberos o mejor vascones (cf. Infra. s.v. Tutela), cuando el
párrafo de Estrabón citado usa justamente el verbo choreúo.
Si una vez al mes, por
honrar al dios, por atraerse sus favores o aplacar sus iras, bailaban toda la noche, con
mayor motivo, me parece, lo harían en ocasión de tanta solemnidad y necesidad de
protección como el fallecimiento de uno de sus miembros. El que aparezcan en varias
ocasiones las figuras delante de espacios arquitectónicos, o entre pilares y columnas (pylai,
cuando son distintas de las del Hades), creo que refuerza esta hipótesis. En estas
singulares estelas se evocaría, pues, un momento del ritual funerario. Bajo tales
supuestos espero haber encontrado apoyo suficiente para considerar también entre los
monumentos relacionados con el culto a la luna los de este peculiar grupo del occidente
navarro-alavés, y justificar así su inclusión en el territorio y en el mapa de la
iconografía del culto lunar; una relación que, como decía, está además a la vista en
la estela de Santa Cruz de Campezo.
Por último, conviene recordar en este preciso
contexto la justamente célebre estela de Narhunges, Abissunhari filius (fig. 6),
hallada en Lerga, NA. (Castillo et al. 1981: nº 50), dedicada a un joven difunto
de 25 años, probablemente por su primo Umme, Sahari f(ilius), porque quizá pueda atribuirse
con más provecho a este mismo grupo. Se trata de una familia más acomodada, tanto en
sentido económico (parece un joven jinete) como cultural, a la región en la que vive, a
cuya más habitual cabecera semicircular se ciñe la estela. Pero véase la composición
central: Bajo la línea primera del epígrafe, entre dos crecientes lunares (quizá mejor
que «guirnaldas»), hay un marco arquitectónico como los de la Sierra de Codés,
sólo que columnado; en él aparecen dos figuras en plena danza fúnebre, levantando sus
manos, que se unen a través del objeto rectangular que entre ambas |
Fig. 6.-Estela de Lerga (NA.). (Foto cortesía
del Museo de Navarra). |
sostienen. Como
aquí sí parece tratarse de soldados, quizá de commilitones, y el de la derecha
sujeta, esta vez claramente, una lanza, quizá en este caso sí pueda decirse que muestran
la urna cineraria del difunto (así pensó Marco Simón, 1978: nº N 29, y véase también
la de Narvaja, Álava), o danzan con ella, aunque el objeto, con sus laterales elevados,
no se preste a encontrarle paralelos arqueológicos. Parece así que tenemos en Lerga a un
joven originario de la zona occidental vascona, enterrado lejos de su tierra. Y entonces
su onomástica, quizá la más vasco-aquitana de toda Navarra, al decir de L. Michelena,
parece indicarnos quiénes eran, menos romanizados pero en contacto, los habitantes
primigenios de la Sierra de Codés, a lo mejor llamados Cuda/enses. Puede, por
tanto, que por el lado occidental el límite del ager Vasconum pudiera precisarse
más por esta meridiana. Después de estas
consideraciones sobre el oeste vascón, podemos plantearnos ya si la distribución a la
que hemos llegado con un mapa de testimonios religiosos puede ser expresiva también para
la definición geográfica de la zona este, y si podría detectarse algún posible centro
para este llamativo culto tauro-lunar. |
Sabemos
que por el E el territorio vascón llegaba al menos hasta la vertical marcada por
Alauo/Alagón y Segia/Ejea, al decir de Ptolomeo (Peréx Agorreta, 1986: 63 y lám. XVII
Asensio 1995: 53, 80, 107). Pero quizá se podría hacer la propuesta concreta de que el
límite sudoriental lo marcaran precisamente la Sierra de Luna y el municipio del mismo
nombre. Por un lado, son claras alusiones, topo- y oronímica, al venerado astro. ¿Más
razones? M.C. Aguarod y A. Mostalac dejaron constancia de un importante detalle al
publicar (1983: 312) las cuatro aras taurobólicas de Farasdués, aunque no sacaron de él
ninguna conclusión: Que, de las cuatro aras, la nº 3 se hallaba in situ y erguida aún
al descubrirla y que «la cabeza de toro del ara miraba hacia el Noroeste».
Éste me parece importante detalle para la
siguiente hipótesis: En la dirección a la que se dirigía este ara (y posiblemente todas
las demás en su momento), se encuentra Ujué. El santuario de Ntra. Sra. de Ujué se
considera desde hace siglos, y hoy aún, patrón y protector de todo el piedemonte navarro
hasta La Ribera y su lugar de peregrinación. Y de allí proceden también las dos aras
que más atrás citamos, una de Júpiter y otra
similar, de los mismos dedicantes
pero con cabezas de toro y consagrada a Lacubegi (fig. 7): «El ojo que ayuda»,
«el ojo que acompaña», si lo pudiéramos explicar por el euskera: lagu-begi . Las aras de Farasdués, ya muy cerca del límite
vascón, se volvían pues, como a una meca, hacia
el santuario principal del dios cornúpeto y lunar que, a veces representado por el toro o
su cabeza, a veces mediante los simples cuernos, comunes a ambos, encontramos,
protegiéndoles aún, en sus estelas fúnebres en tantos lugares de Navarra y del oeste
zaragozano. Solicitando la misma protección, como hoy se vuelven las plegarias del llano
hacia la Virgen que ocupó |
Fig.
7.-Ara de Ujué (INA.) dedicada a Lacubegi. Tiene cabezas de toro en ambos laterales.
(Foto cortesía del Museo de Navarra). |
su
elevado y vigilante lugar, «centro religioso local de la región» (Mensúa,
1960: 165; Ciérbide en: Tafalla, 1990, 33-47). |
El
«ojo» más grande y vigilante que los antiguos podían conocer era la luna misma
el día de su plenilunio. Y, mientras éste faltaba, el astro iba adoptando la forma de
los cuernos del toro en dos fases, decreciente y crecientemente. No es extraño, pues, que estimaran a este animal como una
especie de sustituto sagrado de la divinidad. Sobre la amplitud y el carácter del culto
celeste en la Hispania antigua hablan los amenazadores cánones de los concilios XII y XVI
de Toledo, de 681 y 693 d.C. (Vives, 1963: 398 y 498), que prohibían a los adoradores de
ídolos «las obras de escultura, ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo,
ni de lo de abajo en la tierra. No las adorarás ni les darás culto... al sol y a la
luna, y a toda la milicia del cielo ... ».
En el aspecto material,
en la zona debían de criarse, como hoy, excelentes toros. Cabe recordar la cita de un
Celtis genitus et ex Hiberis como el escritor Marcial, cuando recuerda los toros (Epigr.
IV, 55: iuvencis fortibus curvae) criados por Manlio en las arva (llanuras, sembrados,
pero también riberas) de la ciudad de Vativesca.
E. Ladrero, al finalizar una ya antigua, breve y muy curiosa reflexión sobre el origen
egipcio del culto al toro en la antigua Iberia, a propósito del ara de Sos (Ladrero,
1927: 32-33), apunta unas observaciones etnológicas que me parece de gran interés
reproducir aquí, setenta años después: «El toro es el animal tratado con más
cariño y respeto (en Navarra), y principalmente entre los ancianos, que le dan la garba
con su propia mano... acariciándole... su carne no se comía antiguamente, pues se creía
que acarreaba grandes males... Cuando el animal moría, se enterraba en un campo, al que
hacía más productivo desde aquel momento...». La consideración como tabú de la
carne del toro, como también la creencia en su papel fecundador, unidas al trato afectuoso hacia el animal, todo lo cual era aún
perceptible entre los viejos campesinos navarros del primer cuarto de este siglo, parecen
guardar para nosotros aún el eco muy lejano del tiempo en que además era entre ellos, y
de forma creo que más especial que para otros pueblos hispánicos, un animal benefactor y
objeto de culto. De ahí que encuentre adecuado (incluso sin recurrir a los sanfermines de
hoy) el término que aquí he utilizado para esta región: Tierra del Toro.
Hay que recordar ahora
que la mayor concentración de aras taurobólicas (fig. 1) se da en el área de Sos,
Mamillas, Sofuentes, Farasdués y Layana-Sádaba, para tener presente de inmediato a
Pascual Madoz (1849: t. IV, 23). cuando hablaba de «las grandes vacadas
que dan muy buenos toros para las plazas», que pastaban entonces (como
seguramente mucho antes aún) en las llamadas «Bárdenas de Sádaba». Inmediata a ellas (y más en la
Antigüedad, cf. infra n. 19), en lo alto, está Ujué, que podía ser el centro o uno de
los centros del culto al dios lunar y taurófilo. La privilegiada situación de Ujué hace
de él el municipio más elevado de toda la Navarra Media (815 m.), y el de término más
extenso, avanzada serrana y privilegiado emplazamiento defensivo y de refugio del
piedemonte y La Ribera, al decir de S. Mensúa (1960: 143). Este mismo autor refiere la
creencia popular de que Ujué fue antiguamente el centro de una comarca densamente
poblada, que extendía su influencia hacia las sierras (San Martín de Unx, Lerga, Eslava,
Gallipienzo, todos ellos con restos arqueológicos, epigráficos y puntos de calzada) y
hacia el piedemonte, llegando a Beire y Pitillas, y considera, entre otros factores, que
la abundancia de despoblados en su entorno habla en favor de ello.
Podemos añadir, además, la documentación epigráfica de la ermita de Santa Cruz, al SO
del vecino San Martín de Unx, pero más cercana al pie de Ujué, donde la misma dedicante
ofrece votos por la salud a dos divinidades como Cibeles y el Sol Invicto (Castillo
et
al., 1981: núms. 30 y 3l). Todo ello junto invita a sospechar que también en la
Antigüedad Ujué era un posible centro cultual y religioso.
La vecina localidad de
Tafalla, desde donde los tafalleses peregrinan cada año hasta Ujué, pudo haber llevado
el nombre de Curnonion (v. infra, parte II de este trabajo). No está de
más recordar ahora los nuevos cognomina del epígrafe de Pueyo: Cornutus,
Cornutinus, que
parecen tener también cierta relación con el notable culto al toro que en el área se
documenta. Cornu, cuerno, se dice también para referirse a los de la luna. De esta forma,
el toro y la luna, ambos bajo la fórmula iconográfica de los cuernos, están tan
presentes, como hemos visto, en la decoración de muchas estelas navarras. Pero es más,
en dos ocasiones es posible asociar a Júpiter directamente con el culto del toro en la
región: En la bella ara de Aibar (Castillo et al., 1981, nº 17, lám. XVII), dedicada
Iovi y en cuyo frontón se representa una cabeza de toro, y en el mismo santuario de
Ujué, en el que las dos aras parejas ya citadas, que tres Coelii dedican, lo son una a
Júpiter y la otra a Lacubegi, llevando ésta (fig. 7) en el lateral esculpida una cabeza
de toro (ibid., núms. 33 y 34). No parece difícil pensar que éste es el dios vascón
asimilable a Júpiter (así ya B. Taracena y J.E. Uranga) y de ahí la relación del toro
con Júpiter que, de todas formas, es constante en las religiones clásicas. También en
este caso, de asombrosa pervivencia resulta, entre otros ejemplos, el canecillo románico del
monasterio de Irache, del siglo XII, con una cabeza de toro y símbolo astral en la testuz
(señalado y reproducido por J. E. Uranga, 1966: lám. XVIII, aquí fig. 3, n' 9).
Atendiendo, por tanto, a
la posibilidad de que las aras de Farasdués se orientaran hacia Ujué, y de que en
«Sierra de Luna» y «Luna» pudiéramos tener topónimos de frontera,
cómo no recordar entonces, retrocediendo mucho más atrás en el tiempo, la estela
protohistórica aparecida en este último término, que podría marcar, en mi opinión, el límite
prerromano, por el otro lado de la Sierra de Luna, hacia el territorio indoeuropeo, celtíbero e
ilergete. Prefiero, naturalmente, darle a la estela un valor funcional fronterizo y no
funerario.
Esto supone admitir la «expansión vascona» preimperial que sugirió hace años
G. Fatás (1972: 383 ss.), aunque quizá algo más hacia el Oeste que lo que él propone,
el río Gállego (fig. pág. 386): Sería más bien, sin llegar al Gállego, desde los
Montes de Castejón, por Erla y las Sierras de Luna y Luesia hacia el Norte, y siguiendo por la
Sierra de los Dos Ríos hacia los valles de Ansó o de Hecho. Aunque la citada expansión se
atribuye a causas políticas, de alianzas y reconocimiento de servicios por Roma, sin todo
ello ya tendría una buena justificación de fondo: Los delimitadores debieron de acabar
utilizando las más viejas fronteras. Acaso las que ya eran vasconas en el siglo VII a.C.,
antes aún de ser celtiberas. Y quizá pudiera encontrar entonces mejor explicación ese
instrumento musical, la ciertamente espléndida lira que, junto al escudo escotado, campa
en la estela de Luna...
No en balde los
geógrafos consideran que la actual divisoria entre Navarra y Zaragoza es puramente
artificial: «Las tierras de allende la frontera navarra son una continuación
morfológica, climática y humana de la Navarra Media. La Valdoncella y el sector
septentrional de las Cinco Villas constituyen una réplica aragonesa de nuestra
región...» (Mensúa, 1960: 13). Así, posiblemente los agrimensores romanos,
reconociendo varios siglos después esta realidad étnica y geoeconómica, se limitaron
nada más a restablecerla.
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Así las dos
«aras»
del santuario de la villa de Arellano (Mezquíriz, 1993-1994: 61, 81). O el grupo de aras
taurobólicas (Eslava-Sos-Bañales-Sofuentes-Artajona: Uranga, 1966), completado ahora con
las cuatro de Farasdués. Z. (Aguarod- Mostalac, 1983: 329, lám. V), posiblemente aún en
territorio vascón, v. infra.
Por ejemplo en el frontón del
ara de Júpiter de Aibar (Castillo et al., 1981: nº 17, lám. XVII) y, muy destacada en
altorrelieve, en ambos laterales del ara al dios Lacubegi de Ujué (ibid.: nº 34, lám.
XXXIVb y cf. infra).
Aparte de la de Carcastillo,
las de Gastiain (Castillo et al., 1981: nº 42. lám. XLII) y posiblemente Eslava (ibid.:
nº 41 lám. XLI), entre otras varias.
Así, en la misma zona, los ya
citados de Eslava (ibid.: nº 74, lám. LXXIV) y, algo más alejados, los dos de Sos del
Rey Católico (núms. 80, 81, láms. LXXX, LXXXI).
Aquí fig. 3, nº 7. La
publicó primero J.E. Uranga ( 1966: 224 con lám. V). J.Mª Jimeno Jurío (1968: 13 con
n. 9 y 76 n. 503). se refiere a «un fragmento de lápida romana decorada con cabeza
de toro» procedente, no de Artadía, como decía Uranga, sitio del sitio artajonés
de Guencelaya, como interesada en el Museo de Navarra en 1966. No figura, sin embargo en
el citado catálogo del Museo.
Parece
un tipo de monumento específico vascón. Además, son significativos los topónimos antiguos y modernos de
esta área que tienen relación con cornu: Aparte de la ciudad ptolemaica de
Curnonion (cf
infra): Hoya de Cornaba. Barranco de Cornava, Cornoino, Cornago. Vilar de Cornu, etc.,
junto a cognomina romanos como Cornatus y Cornutinus.
No incluyo los ejemplares de
San Román de San Millán ni Narvaja, por encontrarse al Norte de la Sierra de Urbasa,
aunque compartan la misma idea y aspectos iconográficos. Se ha propuesto con dudas que
también tuviera figuras humanas una nueva inscripción de Olite (Canto-Iniesta- Ayerra,
e.p.).
Caro Baroja ( 1945: 116 ss.,
por ejemplo el paloteado o makil-dantza de Vera de Bidasoa). Más difícil es entender el
objeto que pende de la mano de la figura del fragmento de Gastiáin (Castillo
et al.,
1981: nº 76), que puede semejarse más a un sistro o a crótalos. Los objetos de Santa
Cruz podrían ser flautas dobles, incluso aunque terminen en punta de flecha, a juzgar por
el paralelo de una flautista, pintada en un pithos de La Serreta de Alcoy (Blázquez,
1975: 78 fig. c). Cf. Caro Baroja, 1996: 505 ss.
No entro ahora a reflexionar
sobre la unánimemente aceptada lectura de L. Michelena, salvo en su última línea. El
desarrollo propuesto. t(itulum) p(osuit) s(umptu) s(uo), me parece refinado e inesperable
en la zona. Por tanto, y en vista de que las relaciones familiares se remarcan tanto en
los epígrafes funerarios del área y de que aquí se ha puesto especial cuidado en
precisar también la filiación del dedicante, propondría desarrollar t(estamento)
p(osuit) s(obr-ino) s(uo).
El resto de las estelas del
conjunto, entre las que conservan el epígrafe, ofrecen ya una onomástica, en general,
más indoeuropea, es decir, o céltica o latina, M. Gómez Moreno hablaba de la división
de Navarra en dos zonas lingüísticas, ésta occidental, coincidente en parte con la
Tierra Estella. en estrecho parentesco onomástico con el E. de Álava, con una fuerte
indoeuropeización. Para otro autor reciente (Gorrochategui. 1987: 437), las dos téseras
de Viana demuestran que esta zona ya próxima a la Rioja era berona y, por tanto,
celtibérica. Parece, por tanto, que, de no ser los, mencionados en la estela de Lerga
aquitanos, debían ser vascones del límite occidental del saltus. C. Sánchez Albornoz
(1976: 18 con nota 10), atendiendo a los límites dialectales del vasco actual, hacía
discurrir la frontera con várdulos y berones entre los valles del Oyarzun y el Urumea,
las sierras de Urbasa, Andía y Aralar, y el valle del Ega.
Castillo
et al., 1981: múms. 33 y
34 (ILER 10 y 860).
Considero muy forzado tomar esta
doble dedicación de Ujué como un caso de «ambigüedad indígena» o de
«resistencia a las divinidades romanas», tal como sugieren González, Loizaga y
Relloso (1987: 422), puesto que no parece que nadie les obligara a ofrendar dos aras. Los
dedicantes de Ujué tienen nombres latinos y griegos, son de condición libertina, e
incluso ignoramos su origo. Es más bien un caso evidente de interpretatio.
Habitualmente se le considera un
dios relacionado con el agua por el elemento céltico lacu- (Blázquez, 1975: 111: Sayas,
1994a: 243; id. 1994b: 419) o también con su poder fecundante. El mismo J. M. Blázquez
(1983: 248) recoge innumerables leyendas y prácticas folklóricas posteriores en este
sentido genésico y viril, pero no creo que pueda explicarse por esta cualidad su
frecuente presencia en las estelas funerarias (cf. infra nº 18). J.C. Elorza (1972: 363)
comenta la opinión de Mª L. Albertos, relacionándolo con fuentes o manantiales, a
través de un supuesto ide. lacu-bex. J.J. Sayas (1994: 419), citando a J.M. Iraburu,
recuerda también la pervivencia del nombre de un barranco inmediato a Ujué como
«de Lacubeli» (aunque ello no implica necesariamente relación con el agua, sino sólo
con el nombre del vecino santuario). R. Ciérbide (en: Tafalla, 1990: 37-38) cita además
allí los microtopónimos «Laco» y «Lacumulatu».
Unos 3.5 Km al E. de
Farasdués y a unos 700 m. escasos del «Corral Viejo de Moncho», lugar del
hallazgo, se encuentra el sitio de «La Raya», con evidente significado limital.
Lo mismo ocurre con el microtopónimo del yacimiento del «Cantal de la Higuera»,
cf. infra nº 85. Menos de 7 Km al E están ya la Sierra de Luna y el municipio de igual
nombre, al SO.
El otro punto navarro donde se
encontraron in situ dos aras con cabezas de toro es la capillita de una
villa, en Arellano
(Mezquíriz, 1993-1994: 85 y plano 3). Miran ligeramente hacia el SO, en dirección a
Sartaguda y Lodosa. Creo que aquí se trata de otra comarca vascona y problemática, por
hallarse ya al Oeste del río Ega. Pero recuérdese que los mismos dedicantes de Ujué
consagraron otra ara a Júpiter: Pues de Arellano procede otro epígrafe, quizá no
casualmente también al mayor de los dioses, Iuppiter, con el apelativo de
Apenninus
(Castillo et al., 1981: nº 18). Aunque se tratara de una promesa hecha en un viaje por
Italia, el hecho de que sea Júpiter el dios al que se encomienda el viajero en un
difícil trance también sugiere que éste era el dios principal en su tierra de origen.
Lacubegi. así, parece un «dios mayor».
Una
observación curiosa es que en la mayoría de las ocasiones el cuarto
lunar no se esculpe en su posición creciente ni decreciente real, sino
en la que se aprecia durante los eclipses, es decir, posado sobre su
base. Asociación de los cultos de luna y toro en relación con la ganadería, el
matriarcado y los ritos apotro-paicos en Blázquez, 1975: 67 y Sayas, 1994a: 235.
El nombre debió ser considerado
por Tovar como microtopónimo, porque no lo recoge. Sí Vatinum, según el P. Fita
topónimo en la zona de Ariza. La terminación -vesca recuerda otras de ciu-dades, como la
autrigona Virovesca (Tovar, 1989: C-425, que considera el nombre compuesto de celta y
-sca, ligur). Creo, pues, que Vativesca puede ser una ciudad celtíbera o celtíbero-
vascona, ribereña (¿del Ebro?). Si el elemento Vati- tuviera que ver con vates, los
rebaños de toros que Manlio criaba podían ser sagrados (y ¿qué otra cosa podían
ser?).
Que no es lo mismo que
«genésico». Aquí no comparto la hipótesis de A. Blanco. seguida por J.E.
Uranga (1966: 228 y 229) y J.M. Blázquez (1983: 247-254) de que el toro fuera un animal
sagrado por su poder genésico y vigor físico, es decir, por sí mismo. Pienso que se le
tenia por tabú, fecundante o sagrado sólo en la misina medida en que lo era el dios/a
lunar al que representaba y del que era trasunto. Y ello creo que puede valer desde los
toros de Creta (donde los frecuentísimos llamados «altares de la consagración»
o «de cuernos» debían representar exactamente la misma duplicidad religiosa y
ritual) hasta los prehistóricos hispanos de El Oficio y La Encantada, los de Costig o los
de la Navarra Media que ahora tratamos (parecida idea, dubitativo, en Sayas, 1994a: 235).
La larga serie de leyendas que reúne J. M. Blázquez (loc. cit.) a
nombre de A. Álvarez de Miranda, apuntan efectivamente a los valores
genesíacos y viriles del toro. Pero repárese en que son todas
medie-vales, modernas y contemporáneas, y en que ha desaparecido
completamente en ellas el referente lunar. Y es que, después de los
terribles cánones citados, y de los castigos que se prometían, se ve que
la Iglesia debió conseguir desviar al pueblo de la adoración a los
astros mediante el toro pero el pueblo, resistente, la derivó hacia los
derroteros de sus también obvias fuerza y virilidad, pasando, entonces sí, a partir de la Edad Media, a ser el toro temido o
reverenciado por sí mismo.
Según una leyenda muy antigua, el
núcleo de población primitivo se encontraba en Santa María la Blanca, donde hoy existe
una ermita de esta advocación, poco más de 5 Km al Occidente del actual y más cerca del
río Aragón (R. Ciérbide en: Tafalla, 1990, 36). Ahí debía estar cuando al-Himyari
hablaba de la «fortaleza de Santamaryya» sobre el río Aragûn» (Terés, 1986:
65). El portal de acceso a esta iglesia, del siglo XIII, conserva maravillosamente los
relieves con todo el repertorio astral.
Curnonion es un nombre indoeuropeo
que recuerda a Keraunios, uno de los epítetos de Zeus-Jupiter. Cf. Porfir. v.P.17:
Zeus Kretagenés, bajo la forma de un betilo de cuerno.
No puede ser casualidad que
Pam-plona y toda la comunidad foral sean escenario anual de un verdadero culto popular a
los toros.
J. Gómez Pantoja,
1994: 371-376, llama también la atención con acierto sobre las
pervivencias de varios motivos iconográficos antiguos navarros y alaveses, entre ellos
los alusivos a la luna, en los blasones solariegos modernos.
G. Fatás, 1975: 165 ss., siglo VII
a.C.; para la procedencia real de Luna y no de Valpalmas, el mismo autor,
cf. MM 18, 1977:
234 con n. 9. J. Lostal Pros (1980: 66) sólo dice de ella que está en el paso de unión
del valle del Gállego con las Cinco Villas. y que ha sido mal reducida a
Gallicolis,
quizá por Gallicum, más bien hacia Zuera. Curiosamente, Ceán-Bermúdez (1832: 149)
conservaba la tradición antigua de que el lugar se llamó Gallicolis
«y pertenecía
a la Celtiberia».
Precisamente el detalle de la
orientación del ara apuntaría a tratarse aún de zona vascona.
En prensa la tesis doctoral de S.
Celestino, véase el estudio más reciente de E. Galán Domingo (1993). con toda la
bibliografía y opiniones anteriores. Aunque admite aún (77 ss.) que puedan haber tenido
también un significado funerario (lo que, desde su óptica, parece innecesario), sostiene
su función principal como marcadores territoriales en relación con élites
«atlánticas», y con las redes terrestres de paso y comercio, todo ello antes
del comienzo del proceso colonial, hacia el siglo VIII a.C. No puedo entrar ahora en tan
espinosa cuestión, que explaya la tesis previamente defendida por M. Ruiz-Gálvez y él
mismo ( 1991: 257 ss., espec. 269-273), pero la de Luna y otros casos,
que están lo suficientemente lejos del «hinterland tartésico», tienden a hacer preferir
nudamente la función delimitadora de territorios por muy determinados pueblos. La
perfectamente dibuja-da lira de la estela de Luna, por otra parte y precisamente, se escapa
a mi juicio de cualquier interpretación econo-micista.
Véase otro argumento
infra, parte
II. bajo el nº 14.
Por aquí transcurría la
via
famosa de que habla CIL II, 4911, de Hecho ( HU.), aunque conservada en San Pedro de
Siresa, en su camino hacia Somport.
Aquí quisiera recordar una antigua
hipótesis, de 1951, de M. Gómez Moreno, traída a colación elogiosamente por A. Tovar
(1989: 55). Gómez Moreno sugirió que, quizá a comienzos del I milenio a.C., un
movimiento de cántabros y aledaños habría atravesado el Bidasoa y los Pirineos;
después de él, se produjo el empuje inverso, entrando celtas por Cataluña y por el
extremo occidental pirenaico, que desplazaron a su vez a iberos y vascones hacia el
territorio de várdulos y autrigones.
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