La Guía Geográfica
(Geographikè Úphégesis) de Ptolomeo
tiene indudables dificultades de comprensión en las que no es el caso ahora entrar y que han sido objeto secular de estudio y polémica
en y después de la Antigüedad, y sobre todo a partir de los astrónomos y geógrafos
árabes. Como muestra acerca de sus problemas de precisión en el entorno que aquí vamos
a considerar, baste decir que, aunque su orientación es buena, calcula para la longitud
total del río Ebro 2500 estadios, es decir, unos 450 Km, y por tanto casi 300 Km menos de
los 720 que en realidad tiene.
Acaso más ilustrativo aún sea decir que, para establecer las coordenadas de sus quince
ciudades vasconas del interior de cuya localización voy a tratar, Ptolomeo utiliza 2
grados de latitud N-S, cuando lo real es 1 grado y 20 minutos, y que para la longitud E-0
abarca 1 grado y 10 minutos, habiendo 1 en la realidad. Ni siquiera, pues, existe
proporcionalidad en su descripción.
Y es que, por razones
diversas, su exactitud dentro de su tratamiento de Hispania, como para otras zonas del
ecumene, es irregular. Tales dificultades, sin embargo, no deben desanimar completamente
para un beneficioso aprovechamiento de sus valiosos datos, sino que hay que recurrir a
combinar otra serie de informaciones y puntos de vista, que es lo que aquí trato de
ensayar, explorando alguna ruta inédita en la investigación con el ánimo de ofrecer
hipótesis nuevas, aunque sean discutibles y polémicas, o incluso aunque no se demuestren
todas acertadas con el tiempo, ante el hecho de que, siendo copiosísima la bibliografía
dedicada al territorio vascón de época romana, continúan muchas de sus ciudades sin
reducciones claras, siendo habitualmente los a veces escurridizos parecidos toponímicos,
y no los repertorios geográficos antiguos, los que más se han usado al sugerir
ubicaciones para la mayor parte de ellas.
Ptolomeo dedica a las
ciudades de los vascones el capítulo 6, 66 de su libro II, mencionando 15 de sus ciudades
interiores, más la marítima Oiassó, con sus coordenadas. De ellas están bien
identificadas (la mayoría desde hace siglos) Pompailón, Andelo, Gracourís,
Kalagorína, Káskonton, Ségia y Alauóna (respectivamente con Pamplona, Muruzábal de Andión,
Alfaro-Corella, Calahorra, Cascante, Ejea de los Caballeros y Alagón), por lo que no son
ahora objeto de nuestro interés más que para usarlas como puntos sólidos en torno a los
cuales poder movernos. Para las restantes nueve (Oiassó, Etoúrisa, Bitourís,
Nemeturissa, Kournónion, Iska, Ergaouí(k)a,
Tárraga y Mouskaría) se vienen barajando varias posibilidades sin
confirmación epigráfica; entre ellas: sólo Oiassó, gracias a la homonimia y
la arqueología, cuenta con más y mejores hipótesis de localización. Creo también,
como cuestión previa, que un prejuicio muy general al hacer idénticas la Iákka
ptolemaica y la Jaca oscense ha impedido un mejor aprovechamiento del geógrafo; pues si
se acepta la ubicación según la da Ptolomeo, literalmente al sur de Ándelo y Etúrissa,
nos resulta un factor que duplica la ya compleja distorsión de los datos del geógrafo.
Hay, por tanto, que deshacer -sin tajarlo- ese verdadero nudo para poder liberar los
demás datos.
Primero ubicaremos los
puntos de las ciudades mencionadas sobre una simple rejilla (fig. 8) y según las
coordenadas antiguas, y prescindiremos ahora de la cuestión astronómica y de muchos
otros problemas de la crítica ptolemaica. Sí tendremos en cuenta, por ejemplo, la
apreciación más vertical de los Pirineos que se mantuvo en los geógrafos antiguos y
medievales. Y también que, para zonas alejadas o no muy conocidas, Ptolomeo, a pesar de
su rigurosa defensa teórica de la superioridad de la coordenación astronómica sobre la
medición de distancias terrestres, para lugares poco conocidos tuvo necesidad de servirse
finalmente de otras fuentes, itinerarias y corográficas (Códice Valencia, 1993: 25), por
lo que no podemos esperar un completo rigor. Admitiendo lo anterior, se podrá apreciar
entonces, en la rejilla, que existen unas orientaciones generales que -y ésta es la
novedad de su análisis que propongo- pueden ser relativamente válidas estudiadas y
entendidas por conjuntos relativos y no globalmente como se viene haciendo. En la fig. 9
muestro la hipótesis.
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Fig. 8.-Ubicación de las
ciudades vasconas interiores. Según las coordenadas de Ptolomeo II, 6, 66, sobre una
rejilla simple. |
Por ejemplo, partiendo de Pompaelo como punto
más seguro, (E/I)turissa está al N-NE y, en la vertical de
Pamplona, Cascantum. Por otro lado, al SE real se encuentra Segia (Ejea de los
Caballeros), con Alauona (Alagón) al S, casi en la vertical de Segia.
Estas ubicaciones sí son más o menos coincidentes en la realidad con las coordenadas en
las que las dispone Ptolomeo (aunque no, como ya he dicho, con las distancias reales), si
bien el grupo más meridional se encuentra, en bloque, claramente desplazado y, por tanto,
debe buscársele acomodo a todo él en la mitad derecha de la rejilla, ya que Segia
y Alauona están, lo mismo solas que entre ellas, correctamente localizadas.
Asegurado así el N y el S del territorio ptolemaico, el valle del Cidacos cae en ese caso
entre Pompaelo y Cascantum, como en realidad ocurre, y entre ambos
núcleos conocidos tendríamos tres nombres de ciudades desconocidas: Nemeturissa,
Curnónion y Iákka. El Anónimo de Rávena
(312, 1-3) menciona otras tres más que están super scriptam civitatem Gracuse:
Beldalin, Erguti y Beturri, las tres ignotas. El mismo autor, sin embargo, refiere
otras cinco ciudades vasconas en su citadísimo párrafo 311, 10-14: (... iuxta super
scriptam Caesaraugustam...:) Seglam, Teracha, Carta, Pompelone,
Iturisa. Y como estas cinco están citadas desde el Sur hacia el Norte, creo
legítimo suponer que lo mismo ocurre con las tres anteriores.
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Fig. 9.-Propuesta de
análisis sectorial de las ciudades vasconas transmitidas por Ptolomeo II, 6, 66. |
Beturri sólo
puede identificarse con la Bitourís ptolemaica, entre Pompaelo y Andelo,
con lo que Beldalin y Erguti deben buscarse asimismo entre «Gracuse»
(Gracchurris, c. Alfaro) y Pamplona. Por tanto, con respecto a Gracuse/Gracchurris, al sur, debemos buscar, por este orden, que Beturri-Bitouris esté
más al N, más abajo de ella Erguti y al Sur, pero sin llegar al Ebro, Beldalin.
Las tres deberán estar además al O del río Cidacos, donde está Curnonion,
por el hecho de que Bitourís sabemos que está sobre Andelo y ésta,
conocida y excavada, se encuentra en realidad al SO de Pamplona y no al SE como Ptolomeo
nos la presentaba. De ahí que debamos desplazar todo este sector, excepto Kournónion
(cf. infra), a la zona izquierda de la rejilla, con lo que Nemeturissa
seguirá estando al O de Andelo pero más o menos entre los valles de los ríos Ega y
Arga, con Kournóniom en su lado SE. Así pues, este grupo de modificaciones
depende de dos cosas: De que conocemos con certeza la posición de Andelo, y de
que Beturri (Bitourís) debe hallarse al N de Gracuse, según
el Anónimo de Rávena.
Además de estas
ciudades de ubicación incierta, también el Ravenate (311, 11), entre las ciudades que
están "sobre Zaragoza", cita una, Teracha, no bien reconocida pero que
unánimemente, por el lugar (calzada entre dos ciudades bien conocidas: Ségia y Cara)
y por la similitud, se identifica con la Tarrega de Ptolomeo. Y, por último, recurrimos
a la numismática: Una ceca considerada navarra, y asimismo sin ubicar, es la de Olcairun/dun (Castiella
Rodríguez, 1989: 678 con n. 8). Añadamos ahora la citada ceca de Bascunes, la
más importante por el número de hallazgos; la mayor concentración de ejemplares con
procedencia se da en Tafalla (Castiella Rodríguez, 1986: 149-150 con n. 33) y en el
tesorillo de Alagón (Arqueología, 1992: 157 ss.). Como para ambas ciudades existe
posibilidad de otros nombres antiguos, se puede concluir al menos que Bascunes
deberá estar en todo caso cercana a ambas. La importante y fronteriza ciudad de Tudela
parece ambas cosas sólo en la Edad Media, no se tiene por romana a pesar de su nombre, y
merecerá también un detallado análisis.
Al final de esta
cosecha, nos encontrarnos con la posibilidad, sólo entre Ptolomeo y el Ravenate, de la
existencia de al menos doce ciudades sin ubicar en la zona central del ager Vasconum, en el
en torno del valle del Cidacos y, en general, en la Navarra Media, entrando por el Oeste
en la actual provincia de Zaragoza, entre las líneas de Pamplona por el norte y el río
Ebro por el sur: Eturissa, Bituris/Beturri, Nemeturissa, Curnonion,
Iaca, Ergavica/Erguti, Beldalin, Tarraga, Muscaria,
Olca; además pueden sumarse Tudela (una posible Tutela), Bascunes
y, si se quiere, el solar de la única gentilidad (aparentemente) documentada, los Talaiari.
En el caso de Oiarso se volverá sobre su últimamente negada duplicidad. Y
veremos la posibilidad de ubicar también algunas otras ciudades vasconas del saltus,
que conocemos por fuentes posteriores, como Ispalum o Seburi. Otras como
Illuersia, Seraria(na) o Aracaeli, se mencionarán sólo de
paso. Diecisiete ciudades, pues, serán objeto aquí de nuestra atención. La exuberancia
urbana en la Navarra Media se corresponde con la feracidad del terreno y el alto nivel de
ocupación rústica antigua y actual. Naturalmente, no es el propósito de este trabajo
efectuar toda una serie de hipótesis para cada una de ellas, puesto que mi conocimiento
del territorio sólo puede calificarse de modesto. Serán la epigrafía y, en menor
medida, la numismática, las que vengan en los próximos años a concretarlo. Pero sí
haré un ensayo, a partir de algunas fuentes literarias, las calzadas, los miliarios y los
restos arqueológicos.
Parto de la base de que
tanto Ptolomeo como el Ravenate citan ciudades de alguna relevancia (y no todas, esto
también es seguro). Y que, por tanto, éstas deberían estar unidas entre sí por
calzadas. Los miliarios (fig. 10), pues, pueden tomarse como indicativos, no sólo de
viarios, sino también de la proximidad de ciudades, especialmente cuando aparecen cerca
de yacimientos antiguos con restos diversos y con epigrafía, especialmente votiva. Y, como veremos
al final de este trabajo, también la ausencia completa de todos esos tipos de testimonios
puede llegar a ser muy significativa.
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Fig. 10.-Distribución de los miliarios en el
territorio del ager Vasconum y red hipotética de las calzadas a partir de ellos (mapa de
A. Canto y S. Luzón). |
Combinando
todos los criterios dichos (más la toponimia, que usaré más adelante), tienen opción a
estos nombres antiguos, de E a O, los actuales municipios de Farasdués, Layana-Sádaba,
Tudela, Castiliscar, Sofuentes-Sos, Eslava, Olite, Tafalla, Artajona, Berbinzana,
Oteíza-San Tirso, deteniéndonos en la línea de Estella, y, al Norte, Oyarzun-Irún. Comenzaré
desde el Norte, siguiendo a Ptolomeo.
En esta parte citaré
especialmente la obra de A. Tovar (1989), puesto que recoge las fuentes antiguas y
localizaciones de cada topónimo, aunque debe seguirse también, para complementar algunos
aspectos de hallazgos arqueológicos, o de ausencia en su caso, la monografía de Mª J.
Peréx Agorreta de 1986, s.vv. Al final se encontrará el mapa con la
distribución hipotética de estas quince ciudades, donde he añadido otras que no trato
con más detalle, como Illuersia, Aracaeli o el posible solar de los Talaiari
(la única gentilidad documentada, posiblemente no vascona) y una sí bastante elaborada
hipótesis sobre el carácter de las Bárdenas Reales en época romana. |
He utilizado directamente las
ediciones de S. Münster (1540 = 1966: cap. 6, 66), C.F.A. Nobbe (1881: cap. 6, 67) y la
soberbia del msc. de la Universidad de Valencia (Códice Valencia: 1983). La de K. Müller
(6, 66) sólo a través de la reciente del fasc. VII de los FHA (Barcelona, 1987) que, sin
embargo, en este capítulo (págs. 94 y 197) contiene algunos errores en las cifras.
Serán objeto de un
estudio más amplio. Algunos de los problemas al respecto son bien tratados por V. Navarro Brotóns en
la introducción a la espléndida edición del códice ptolemaico de la Universidad de
Valencia (Valencia, 1983: 24 ss.). No he podido utilizar la monografía de F. Cordano,
La geografia degli antichi, Bari 1992.
Cf. sobre ello Schulten. 1963: 28.
Ésta con menos unanimidad, puesto que
varios manuscritos la llaman Básconton (así en la de 1540 de S. Münster, 1966: 15).
Los msc. ptolemaicos aquí siempre dan
Sétia. Es curioso anotar que también para la Segida Restituta Iulia betúrica (Ptol. II,
4, 10) varias versiones dan Sétida. también con T.
Como se ha recordado recientemente (M.
Beltrán, en: Arqueología, 1992, 203-204), no se conocen hasta ahora prácticamente en su
término hallazgos antiguos, salvo el interesante tesoro de denarios ibéricos (A.
Beltrán, ibid.: 157 ss.), aparecido en 1970 en el lugar llamado «La Codera de
Alagón», que incluía, entre otros, 30 de Baskunes/ Bencoda, 26 de
Arsaos, 14 de
Turiasu y 25 de Arekorata, posiblemente posteriores al 72 a.C. (ibid.). Se trataba de una
escombrera de remociones de tierra de la próxima base aérea militar. Pero, aparte de la
homonimia, le conviene al sitio el contexto de su mención en la tabula Contrebiensis.
Utilizo ya aquí, en vez de
I/Turissa,
Nemantourista y Iakka, los que creo fueron sus nombres reales. Más abajo, en su
correspondiente apartado, se explica con detalle.
Agradezco al alumno de Arquitectura de
Madrid D. A. Rubio Valenzuela el haberme auxiliado en el tratamiento digital de las figs.
3, 8, 9, 11 y 12.
Como se avanzó, la identificación
habitual de esta Iákka con la Jaca oscense me parece descartable. Los
Iacetani aparecen
siempre en las fuentes (por ejemplo en Estrabón III, 4, 10) muy bien separados de los
otros pueblos del valle del Ebro. Debe optarse (de momento) por la duplicidad, y sólo
aparente, como se verá más abajo.
El que en los msc. falte la mención
previa de Gracuse sólo significa lapso, o que se han perdido algunas partes del texto,
pero ello no resta ninguna validez a esta indicación. Gracchurris es la más antigua
colonia latina en el valle del Ebro (179 a.C.), fundada seguramente en función del hierro
vascón (Canto, e.p.) y es obvio que en época del Ravenate debía mantener aún su
prestigio como ciudad importante en la red viaria.
Hay dos ríos del mismo nombre, casi
afrontados. Me refiero aquí, naturalmente, al de la margen izquierda del Ebro, que baja
desde el Norte bañando Tafalla y Olite.
Aunque varios autores antiguos la
pusieron, por el simple parecido, en Larraga, a pesar de la distancia a Ejea y Santacara,
la Teracha del Ravenate, Tarrega pliniana, antes citada, tiene muchas probabilidades de
situarse, como se ha sugerido desde hace mucho, en la zona de Sádaba, o incluso, como ya
dije, en Farasdués, a juzgar por las coordenadas que le asigna Ptolomeo, al NE. de
Segia/Ejea. Pero como el territorio, ya lo vimos, está además girado ligeramente hacia
el Este, puede incluso estar al NO de ella, como de verdad lo está Sádaba,
cf. infra.
Supongo que la ceca de
Olcairom es la
misma que Guadán (1969: 199) y Aldecoa (1965) estudian como Olcair-dun,
Olcairun, en el
subgrupo que llaman «centro-aragonés». Más recientemente, A. Beltrán (1987:
342-343) la lee Okikaurun, ubicándola «en la Na-varra Central, alejada del valle del Ebro»;
cf., en las Actas del mismo congreso, Labe Valenzuela: 450.
Se observará cine no he acudido a
sumar otras cecas monetales sin patria del llamado «grupo pirenaico», e incluso
otras ciudades que cita Plinio de este mismo convento, como la usualmente olvidada segunda
Calagurris, la de los Fibularenses, porque prefiero ceñirme a lo que puede ser
considerado territorialmente «vascón».
Puesto que la funeraria, de no
detec-tarse las necrópolis urbanas, puede corresponder a cementerios de fundos privados.
Como se ve, afectan a al menos tres
Comunidades Autónomas y provincias actuales. Vengo defendiendo hace mucho tiempo que la
investigación de la España Antigua hubiera avanzado más si no hubieran proliferado
tanto los estudios limitados a marcos provinciales en ex-ceso modernos. El objeto de
estudio debería siempre corresponderse, espe-cialmente para la época romana, con
ciudades, regiones, y unidades étnicas, geográficas o conventuales, antiguas.
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